
El asunto del manejo de incidentes nucleares, tal como se está llevando a cabo en Japón, presenta una verdad incómoda. Los niveles de seguridad y control en el funcionamiento cotidiano y en situaciones catastróficas, aunque generan titulares destacados, son manejados con una maestría que resultaría envidiable para industrias como la aviación. ¿Por qué este caso podría considerarse una oportunidad? Vamos a analizarlo.
El 11 de marzo de 2011 a las 2:46 p. m., Japón fue testigo de uno de los terremotos más devastadores jamás registrados en la historia. Como resultado directo de los estragos causados por el terremoto y el posterior tsunami, el gobierno japonés puso en marcha un plan de manejo de desastres que involucra el vertido de toneladas de agua que contiene una forma de hidrógeno conocida como tritio, lo cual ha generado un intenso debate debido a la fuerte oposición de gobiernos como el de China hacia este plan de acción.
A pesar de las visiones apocalípticas de algunos grupos ecologistas y gobiernos, es razonable afirmar que el enfoque del gobierno japonés, con el respaldo de organizaciones como el Organismo Internacional de Energía Atómica, sentará un precedente en la gestión de catástrofes derivadas de la necesidad humana de generar energía. A manera de referencia, únicamente dos personas perdieron la vida en esta tragedia: una durante el incidente mismo y la otra debido al cáncer varios años después. El terremoto que desencadenó esta calamidad tuvo una magnitud de 9.0 y ocurrió en el mar, a 72 kilómetros de la costa, con una duración de aproximadamente seis minutos, lo que resultó en un tsunami con olas que superaron los 13 metros de altura y desencadenaron una serie de desafortunados acontecimientos.
Las olas del tsunami superaron las barreras de contención, que tenían menos de seis metros de altura. La inundación con agua salina apagó los generadores diésel de emergencia, los cuales estaban suministrando refrigerante a los reactores nucleares que habían sido apagados por motivos de seguridad. La falta de refrigerante provocó un aumento en la temperatura y explosiones en tres de los reactores de la planta, liberando así contaminación radioactiva al medio ambiente y al océano. En incidentes en plantas nucleares, el objetivo principal es mantener o reducir la temperatura de los reactores, y para lograrlo, la compañía TEPCO (Tokyo Electric Power Company) optó por bombear agua al reactor, agua que posteriormente fue tratada para eliminar los residuos radioactivos mediante el uso de resinas especiales. El agua resultante contiene tritio y ha sido acumulada en enormes tanques de color azul. La cuestión candente es la descarga controlada de esta agua que contiene tritio al mar.
¿Representa el agua con tritio una amenaza para la existencia humana? La respuesta categórica es no, gracias a los procedimientos y la gestión aplicados por Japón. Ahondemos en los detalles. El tritio es una variante de hidrógeno que emite electrones de baja energía que carecen de la capacidad de atravesar la piel o las membranas celulares. Se requerirían cantidades enormes de tritio para causar daño. Cuando se ingiere en forma diluida en agua, el tritio es excretado en 10 días; si se consume en estado sólido, se elimina en alrededor de 40 días.
Después de unos 12 años, la mitad del tritio acumulado se convierte en helio. El helio es un elemento presente de manera natural en la atmósfera y no representa riesgo alguno para los seres humanos debido a su naturaleza inerte. Es por esta razón que el agua con tritio se liberará de manera diluida a lo largo de varios años.
Los incidentes nucleares de origen humano no son la única fuente de tritio. Los rayos cósmicos constituyen la principal fuente de tritio en el mundo, y se estima que la cantidad de tritio producido por los rayos cósmicos supera en 100 veces al derivado del incidente en Fukushima Daiichi. La descarga controlada del agua con tritio resultará en un aumento menor al 0,1 % de la actividad global de este elemento.
Las primeras 7.800 toneladas de agua serán liberadas al mar en poco más de dos semanas. El gobierno japonés y la empresa TEPCO han asegurado una vigilancia continua de los niveles de radiactividad en el mar, con la colaboración del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).
De este modo, la gestión del desastre nuclear en Fukushima Daiichi vuelve a demostrar los altos estándares en el manejo de este tipo de situaciones. Si aplicáramos estos mismos estándares de seguridad y seguimiento de desechos a los combustibles fósiles, sería inviable que los vehículos de combustión interna liberaran sus productos de combustión al aire, tal como ocurre rutinariamente en todo el mundo.
Si bien ha habido críticas considerables a la transparencia de TEPCO y al gobierno japonés, esas mismas críticas se han subsanado en la medida de lo razonable, y las decisiones tomadas han sido respaldadas por consideraciones técnicas y aprobadas por organismos como el OIEA. Resulta sorprendente que China, precisamente el país líder en la construcción de plantas nucleares a nivel global, haya impuesto un veto sobre los productos pesqueros provenientes de Japón. Es relevante recordar que fue en China donde en 1975 ocurrió el colapso de la presa de Banqiao, que ocasionó entre 26,000 y 250,000 muertes (China nunca ha tenido claridad en las cifras). Una cantidad que supera en varios órdenes de magnitud las víctimas de los incidentes nucleares hasta la fecha.
Los efectos a largo plazo sobre la salud también han sido objeto de seguimiento. En el caso de Chernobyl, un estudio realizado sobre daños genéticos en la población nacida después de 30 años del incidente mostró que estos cambios eran comparables a los defectos genéticos de origen natural. Se espera un escenario similar en el caso de Fukushima Daiichi.
El asunto del manejo de incidentes nucleares tiene una realidad incómoda. Los niveles de seguridad y control en la operación cotidiana y en situaciones de desastre generan titulares llamativos, pero su manejo es encomiable, comparable a las mejores prácticas de industrias como la aviación. Esta experiencia en Fukushima Daiichi no debería ser vista como una excusa para menospreciar la importancia de una auténtica transición energética liderada por tecnologías nucleares de producción. Más bien, debería ser considerada un modelo a seguir en la gestión de estas adversidades.